Por Tomás Palomino Solórzano Esta expresión ha sido utilizada por muchas generaciones, seguramente como un reflejo social de un deseo, de una necesidad, como aquella de “son los jóvenes los herederos de un mundo mejor”, o yo diría los herederos de la hipoteca del destino, construido por la misma sociedad, quienes debemos preguntarnos si hemos formado a esos niños o jóvenes para mejorarla, si le hemos transmitido los valores capaces de blindarlos contra las deformaciones sociales y armarlos para construir ese mejor futuro, acuñado con el término de que “todos merecemos”. Es precisamente en este escenario en donde debemos reflexionar el rol que debe jugarse para tener realmente una nueva sociedad, qué debemos hacer, cómo debemos actuar, teorías existen, muchas: teológicas, políticas, sociológicas, económicas, jurídicas, entre otras, muchas de ellas conductuales, transformando -o intentando hacerlo- el comportamiento social, no dudo que en algunos casos tengan éxito, pero la realidad nos da otras señales muy claras en el pasado y se critica por los nuevos teóricos, el sistema de uso general, utilizado por padres y maestros, sin negar que en muchas ocasiones se incurría en excesos, produjo generaciones que entre otras virtudes se caracterizaron por el respeto, respeto, en todas sus formas, sobre todo a la VIDA. En la actualidad, esos sistemas se consideran por algunos traumáticos para los niños, pero en la práctica que se observa, la producción de un enorme caldo de cultivo para la domesticación social, también llamado por los expertos estabilidad de los sistemas sociales, o el engrosamiento de las filas de la delincuencia. Ante esta realidad, la aplicación de las estrategias de la manipulación mediática referidas alcanza esa dimensión tan importante de instrumento de control, restándole iniciativa a los grupos sociales, estableciendo la dominación de las élites, que al final da como resultado la injusticia, la desigualdad, la falta de oportunidades. En este panorama se insertan los diferentes grupos, desde empresariales, sindicatos, campesinos, la sociedad civil, pero lo más grave se observa en las comunidades educativas, que independientemente de que el propio Robespier, al final de la revolución Francesa a pregunta expresa, señalara que la educación pública, “nacía para enseñar a los pobres a administrar su pobreza”, y por otro lado ha sido instrumento de control del Estado, en la época moderna y en busca de la recomposición de la sociedad, la escuela a través de sus comunidades académicas es corresponsable, no solamente de la generación y aplicación del conocimiento, de la enseñanza de calidad, sino también del fortalecimiento de los valores, de la formación del espíritu crítico de los jóvenes, pero sobre todo una revaloración de sus propios valores, de los que son depositarios, que el concepto de justicia forme parte de los inventarios de la comunidad, o sea la capacidad de saber defender sus derechos, sin olvidar sus obligaciones, alcanzar un salario justo y una vida digna, sabiendo que es producto del esfuerzo y no de la sumisión, de la desvalorización y de las ataduras con la mediocridad. ¿De qué valdrían los valiosos y elevados conceptos de la Constitución, si no somos capaces de defenderlos? Convirtámoslos en un modo de vida, definiendo nuestro papel en los sistemas sociales.