Por “El Maldito Chino” Desde la semana pasada y particularmente en la que hoy termina, se agitó el debate sobre la necesidad de realizar cambios al actual arreglo constitucional sobre nuestro régimen político, basado en la tradicional división de poderes que desarrolló desde hace más de “260 años el Barón de Montesquieu”, siguiendo el pensamiento del inglés John Locke, pero que en el caso nuestro concentró amplias facultades en el Poder Ejecutivo a través del llamado presidencialismo mexicano. Más allá de que el presidencialismo mexicano concentró amplias facultades constitucionales y más allá de la constitución, entre un régimen presidencialista y uno de carácter parlamentario, me inclino claramente por el segundo. Ello ha desatado una polémica sobre si México estaría preparado para ello, dado los datos que tenemos a la vista en términos de resultados legislativos, y el enorme desprestigio que cargan las cámaras del Congreso, sobre todo la de Diputados. Sostengo que ese paso tendrá que ser gradual en nuestra experiencia, pero hay que acometerlo porque el actual régimen político está agotado en su diseño original y ya no le sirve al funcionamiento de la democracia a la que aspiran los mexicanos: para la justicia, el crecimiento económico y la libertad. El país pierde muchas oportunidades en el juego mundial de la productividad y la competitividad por la falta de reformas estructurales, por la acre disputa permanente del poder en el que los ganadores se asumen como los dueños únicos de ese ejercicio. El régimen parlamentario parte de la tesis contraria: compartir el poder. Urge modificar las bases en las que descansa la actual relación entre el Poder Ejecutivo y el Congreso, y formular un paso intermedio, incluso de carácter opcional, que permita un presidencialismo con elementos parlamentarios, para compartir decisiones que son inaplazables a problemas comunes de la sociedad en general y que debemos sacar del cálculo político-electoral, entre otras cosas porque la transición política se nos aguadó, la competencia política se nos volvió guerra sucia; el pluralismo gran conquista de nuestro desarrollo democrático se nos convirtió en confrontación permanente y disfuncionalidad institucional. Tenemos que hacer efectiva a nuestra democracia. Y eso y no otra cosa, es lo que pretenden las iniciativas de reforma constitucional que en ambas cámaras del Congreso depositamos senadores y diputados de los tres principales partidos políticos en nuestro país, PAN, PRI y PRD, con las que buscamos instalar en la constitución la opción del gobierno de coalición, para que fuerzas políticas no sólo diversas o distintas, sino incluso contrarias establezcan un convenio de colaboración que intercambie votos legislativos para sacar adelante iniciativas prioritarias del Presidente a cambio de participar en la ratificación de los principales nombramientos que haga de su gabinete, así como de metas de crecimiento y la definición de las políticas públicas. Independientemente de quien llegue a la Presidencia el año que entra, necesitará del Congreso porque la pluralidad en México llegó para quedarse. El pluralismo no es el culpable del rezago legislativo; el problema no es la diversidad de voces discrepantes en el rico y plural “Mosaico ideológico y programático de México” Sino el diseño pensado para que el país fuera de un sólo hombre cuando podía tener, como lo tuvo por décadas, al poder legislativo comiendo de su mano; al poder judicial a su disposición. Sigue habiendo presidencialismo, pero ya no tiene al Congreso. Y el entramado constitucional nunca dispuso de incentivos para el diálogo, de ahí el desacuerdo político constante que ha paralizado no sólo las grandes reformas, sino modificaciones menores o simples ajustes legales. Para beneficio de algunos cuantos…….