Por “El Maldito Chino” A muchos mexicanos aquí en nuestra tierra y también a los que viven en Estados Unidos, probablemente no les gusto o avergonzó el discurso de Felipe Calderón durante la apertura de la reciente Asamblea General de la ONU. No es para menos. Realmente ese sentimiento debe traducirse en coraje y no en una simple expresión de quien quiere esconder a un representante porque lo considera indigno; o sea, no hay por qué sentir lo que se llama la “vergüenza ajena”. México, desde la Independencia hasta nuestros días, ha contribuido con valiosas aportaciones al debate mundial, dando primacía a principios como la no intervención, la autodeterminación de los pueblos, la solución pacífica de los conflictos, el apoyo militante a pueblos que han caído en aciagos o complicadísimos momentos (Etiopía, España, Cuba, Chile), fortalecimiento del asilo político a perseguidos en sus propios países −como lo ejemplifica el haber convertido nuestro país en la casa de León Trotski−, los republicanos españoles trans terrados, los Chilenos, Argentinos y Uruguayos que al salir de sus patrias vieron a la distancia los horrores del genocidio. Todo esto lo ha olvidado un presidente entreguista a los Estados Unidos, a grado tal que evade dar el apoyo a la petición de Palestina para ingresar con plenos derechos al más alto organismo internacional. Calderón habla de los muertos del narco y de la tiranía y soslaya el racismo y los crímenes de lesa humanidad sufridos por este país que fue despojado de sus tierras. Pero también deberá de abonar en favor del Derecho internacional y de la mejor tradición de la Política Exterior Mexicana, Calderón se comporta falaz y también esquizoide. Su discurso neoyorkino nos da, además, la oportunidad de reflexionar sobre nuestros graves problemas a la luz de la historia y la política comparadas. Para mí la premisa mayor de esta crítica es que el crimen no sólo se mide por el número de los muertos. Sin duda cuando el derecho a la vida se menoscaba, su contabilidad se convierte en el más escalofriante de los datos. No sólo con largueza en los argumentos podemos afirmar que la criminalidad también tiene otros indicadores y otras estadísticas. En los treinta años de predominio de las políticas neoliberales, el egoísmo de los poderosos, sus políticas de predatorias, sus modelos de acumulación extrema, han generado muchas más muertes que algunas de las guerras más famosas que se han abatido sobre el planeta. Pero en esencia las tiranías estudiadas hasta ahora no desmienten el haber de cifras millonarias en pérdida de vidas. Las tiranías totalitarias del nazismo, el estalinismo, el jemer rojo de Pol Pot, para referirme a tres de los ejemplos más estudiados, presentan cifras no de miles sino de millones de seres humanos que no tuvieron derecho a una vida digna y que en algún momento se les privó de ella en un ejercicio sostenido de barbarie de cuya historia dan cuenta los horrores de los campos de concentración, el exterminio y los desplazamientos obligados de pueblos enteros. Los argumentos de Calderón ni siquiera se sostienen a la luz de los hechos históricos. Pero ciertamente la historia no es su fuerte, como tampoco le son las lecciones que nos lega. Decir hoy −en una institución donde reina la especialidad sobre los grandes problemas de los estados− que es el crimen organizado el que está matando más gente y jóvenes que todos los regímenes dictatoriales juntos, es una mentira. Lo que hace es anunciar otra tiranía. Presupone la existencia de una guerra entre cárteles. La premisa es, según su afirmaciones, que los operadores de El Chapo Guzmán son unos felones que no le dejan títere con cabeza a los de La Línea; que Los Zetas hacen esto y la Familia Michoacana aquello otro, y que el Estado mexicano está más fuerte que la delincuencia. Sostengo que ha llegado el tiempo que dejemos estas falacias de lado y nos adentremos en la comprensión de la guerra como un proceso mucho más complejo en el que hay que valorar la primacía de intereses de los Estados Unidos, el negro papel de nuestras fuerzas armadas, el por qué esencial del tráfico de armas en la versión Rápido y furioso, el lavado de dinero y la acumulación del capital narco en las altas finanzas del imperio. Estos son los temas y no los huarachudos e ignorantes capos de Badiraguato y otras regiones. Continuar con el enfoque de Calderón es tanto como darle simetría exacta al jefe de los Rockefeller o a Timothy F. Geithner, secretario del Tesoro de los Estados Unidos, con El Mayo Zambada y Juan José Esparragoza, El Azul, y eso no se sostiene, de ninguna manera, y menos como argumento para asignarles los más de 40 mil muertos que registra la guerra calderoniana.