Por El Bendito Japonéss. Existen formas, normas y estrategias de gobiernos absolutistas, dictatoriales, autoritarios y paternalistas, las cuales se caracterizan por mantener a la población, alejada de la actividad de gobernar y sin ninguna posibilidad de participar en las grandes (y aún en las pequeñas) decisiones que tienen que ver con sus derechos y con sus niveles de bienestar. Dejando el campo libre a los “Partidos Políticos grandes y Morrallas” En cambio, es común escuchar y leer a los grandes Politólogos, verdaderos magos de la “Política” en cuestión. Consientes, de la ventaja de “La Democracia” frente a los regímenes anteriores, precisamente ésta, convierte a la política en un asunto público, logrando por primera vez que el arte de gobernar deje de ser tarea sólo de los “especialistas, de pequeños círculos de iniciados o iluminados” Para pasar a ser tema de discusión y de interés público y la posibilidad de intervenir y orientar las decisiones trascendentales de los gobernantes y gobernados. Sin embargo, no todos los que se dicen Demócratas o Social Demócratas hablan de la cuestión en cuanta ocasión se les presenta, entienden el concepto de la misma manera y se apegan estrictamente al requerimiento esencial. Muchos, la inmensa mayoría me atreverían a decir, tienen un concepto restringido y francamente utilitarista de la Democracia. Para ellos, ésta sólo puede y debe consistir en el derecho del pueblo a elegir libremente a sus gobernantes mediante el voto universal, directo y secreto; pero una vez hecho esto, debe renunciar a toda otra forma de participación en la vida pública, dejando en manos de los elegidos, de los que “sí saben”, la tarea de construir, a su leal saber y entender, sin ningún tipo de interferencias, la felicidad de sus electores. En síntesis, para la generalidad de los políticos, la Democracia se reduce al derecho de darse un “Poder absoluto” para decidir sobre vidas y haciendas. Este punto de vista contradice lo que los teóricos consideran como el lado más amable y progresivo de un gobierno Democrático. Para que éste sea tal, no basta con que sea elegido libremente por los ciudadanos; es necesario, además, que no sólo permita y fomente distintas formas de participación ciudadana, de manera que éstas, con su acción, acoten el poder de los distintos Organismos Gubernamentales para evitar que se desborden y atropellen al ciudadano indefenso y orienten las decisiones más importantes de todo el aparato, garantizando así que sean siempre tomadas y ejecutadas, pensando en el beneficio de todos y no sólo en el de los pequeños grupos privilegiados. Ahora bien, la forma más concreta y eficiente en que pueden participar los ciudadanos, en el quehacer político de una nación, con probabilidad de éxito, la constituyen las organizaciones sociales. En efecto, dichas organizaciones no solamente les permiten unificar criterios sobre los distintos problemas que las afectan y proponer soluciones efectivas y racionales a los mismos; también son remedio eficaz en contra de la pulverización de fuerzas, de los grandes conglomerados no organizados y por lo mismo, una vía segura para ganar peso específico en el “Panorama Nacional” y con ello, aumentar sus posibilidades de ser escuchados y atendidos en sus planteamientos. Quienes ven en la profesión de “Fe democrática” sólo un buen disfraz para alcanzar el poder por vía legítima para luego volverlo en contra de quienes lo llevaron a él. Le temen como a “La Peste a las Organizaciones Sociales” justamente porque ven en ellas el mejor antídoto contra sus “Inclinaciones Perversas”. Llegan a declarar que organizarse para la defensa de los intereses colectivos es un delito al que hay que perseguir sin reparar en los medios para ello. Están equivocados. Organizarse no solamente es un derecho consagrado por la Constitución General de la República; la misma definición clásica de Estado implica que la sociedad puede y debe darse todas las estructuras (y no sólo las propiamente gubernamentales) que considere indispensables para la estabilidad del todo. Así, la organización popular no es sólo un derecho; es, debe ser, parte esencial de un Estado verdaderamente democrático. Un gobierno que se dice demócrata y conculca el derecho a la libre asociación ciudadana, o simplemente la ignora no dialogando con ella ni respondiendo a sus demandas, no sólo es una contradicción evidente; es, además, una amenaza a la paz por cuanto que cierra lo que, en más de una ocasión, es la única válvula de escape a la presión social. Seguiremos impulsando la creación de más organizaciones de la sociedad civil, verdaderas ONG.s si Organizaciones no Gubernamentales. Como la ven señores están pero bien “Jodidos”