“Me la Jale” o me paso, la digresión estética porque, como lo referí en otra ocasión, de un tiempo a la fecha no me pierdo programas del tipo “No te lo pongas”, “Mal vestidas”, “Diez años menos”, etc., pues a tan variopinta selección habría que agregar un programa de origen inglés “How to look good naked” (que se puede traducir: “Cómo lucir bien desnuda”) toy cabrón en el inglés, ay perro. Lo menciono a raíz de lo siguiente: Luego de varios meses de arduas cavilaciones (¿por qué diablos esos gustos?), por fin lo comprendí. Pero antes, debo contarle más o menos de qué va la cosa con el programa en comento. El anfitrión es un individuo que no es modisto, ni estilista, ni diseñador, ni maquillista, ni bailarín de flamenco y sí poquito gay, que contacta a una mujer quien, por lo general, suele odiar su cuerpo. ‘Ora las piernas, ‘ora las caderas, los brazos o los pechos, etc. Algunas son solteras, otras son madres, unas son muy jóvenes, otras no tanto, pero la nota común es que aborrecen su cuerpo o, como mínimo, se avergüenzan de él. El reto es que, sin cirugías, excepto “las ayudas” al alcance de cualquier fémina, terminen sintiéndose cómodas consigo mismas. Tanto, que sean capaces de participar en una sesión de fotos donde aparecerán desnudas en poses sugestivas, primero; y luego, participar en un desfile de modas donde lucirán prendas que incluyen lencería. Todas lo hacen. No me voy a detener en los aspectos morales del asunto; y no lo voy a hacer porque prefiero a un ama de casa rebosante de autoestima capaz de un desnudo, que una mujer cualquiera amargada hasta el desprecio de sí por lo que ve en el espejo. Me parece maravilloso ser testigo de ese proceso de transformación que, literalmente, lleva a un ser humano de sentirse oruga a saberse mariposa. Es extraordinario, sorprendente, estupendo, ver cómo la mujer en cuestión, con un poquito de auxilio, empieza a ver los aspectos positivos de sí misma y a olvidar, descartar o “suavizar” los posibles desperfectos. Amarse a sí mismo de manera saludable es un requisito imprescindible para amar a otros; saberse amar a sí mismo, respetarse y darse su lugar, habitar cómodamente la propia humanidad, es el primer paso para la felicidad en sus dos aspectos: Ser feliz y dar a otros, eso mismo. Hagamos un paréntesis en este punto; no estoy diciendo que si usted tiene 130 de cintura eche las campanas al vuelo y bordee el filo de un ataque cardiaco sólo porque usted se siente a gusto consigo mismo así o comiendo frijoles “puercos” a mañana, tarde y noche; no. Ni que quitarse la ropa en público sea sinónimo de salud mental; tampoco. Sólo digo que amarse y respetarse -y amarse y respetarse implica también cuidar de sí mismo- es el primer paso en el camino de ser feliz. No obstante, aceptarse, vivir cómodamente con uno -como uno es, quien uno es-, es una tarea más complicada de lo que parece a primera vista. El programa de marras impulsa de manera permanente una campaña nacional en Inglaterra para que las revistas, en espacial las dirigidas a las jóvenes, prescindan de estereotipos y presenten modelos de chicas “normales”, es decir, que no sean talla 0. Mire la televisión, vaya a una tienda de ropa, vea películas, y verá usted, reflejado casi en cada anuncio, un estilo de vida contrario al sentido común; caracterizado por lo superfluo, lo irrelevante, lo intrascendente y lo vulgar: Lujo, éxito económico, belleza exterior, consumismo exacerbado, permisividad sexual, lasitud de costumbres, son patrones que desdibujan la realidad -deseable y posible- y trastornan el sentido de lo bueno y lo malo. Y todo ello está en nuestras vidas día tras día, hora tras hora, moldeándonos. Impactándonos, construyéndonos -si se lo permitimos-, de la cuna a la tumba. O de perdis un acostón.